sábado, 23 de abril de 2016

12 Frontera Chile-Argentina desde Puerto Varas al Bolsón


—¿Hoy qué día es?— preguntaba a Emma.
—Si salimos el sábado… hoy estamos a martes.
—Creo que no tenemos bote hasta mañana.
—¿Nos queda comida?

Una peculiaridad entre Chile y Argentina, son sus numerosas fronteras y como si estuviéramos en un mercado local, queríamos degustar una fruta exótica, salvaje y que nos dejara un sabor especial.
En un radio pequeño teníamos diferentes opciones para entrar a Argentina: por un lado podíamos ir hasta Osorno (Chile) y allí tomar un autobús hasta Bariloche (Argentina) en un recorrido de 5 horas. La ruta era como ir a la sección de enlatados y comprar piña o durazno—melocotón— en botes de fruta envasada. Otra opción era ir hasta Petrouhé  y hacer un tour en lancha por el lago Todos los Santos.  La opción era atractiva pero en ese caso la travesía era como estar en una ciudad nórdica y llenar la cesta de los mejores mangos y papayas. Posible si, pero no accesible a todos los bolsillos. Finalmente nos quedaba la desconocida ruta hacia el Bolsón (Argentina) atravesando la cordillera de los Andes. 



Debíamos cruzar 3 lagos en un tramo de 100 km por senderos, aldeas y fincas ganaderas. El tramo no era muy largo pero las indicaciones eran confusas. Existían micros—pequeñas busetas— pero no sabíamos hasta dónde llegaban, ni los horarios. En definitiva, no teníamos claro cuantos días íbamos a necesitar para completar la ruta, algunos nos decían unas 10 horas, otros 2 o 3 días; todos coincidían que la ruta era una experiencia de colores, sabores y emociones salvajes.

En Cochamó, pueblo con una larguísima cuesta y la típica iglesia de madera, nos dimos cuenta de que estábamos en temporada baja. No es que no hubiera hostales, es que los hospedajes estaban vacíos. Una Sra nos abrió una habitación para esa noche después de insistirle y nos informó que para llegar a Llanada Grande debíamos tomar el bus del día siguiente a las nueve de la mañana. Recogimos la información agradecidos, pero decidimos llegar al destino a nuestro propio ritmo. Debíamos llegar hasta el lago Tagua Tagua y allí cruzar en una barcaza  hasta el otro punto de la carretera. De Cochamó a Tagua Tagua no había más de 40 km por un caminito de tierra que bordeaba las montañas y el lago pero tardamos unas dos horas en los diferentes raids —autoestops— que nos levantaron.

  
De abril a septiembre los horarios que hace la barcaza, para cubrir los 45 minutos que separa de punta a punta el lago Tagua Tagua, son a las 9.00h y a las 13.00h. El resto de temporada, se amplía a las 7.30h y la última a las 16.30h de la tarde. Llegamos a las 15.00h, ya que íbamos “a nuestro ritmo” y, al ser temporada baja, no había más barcas. La barcaza costaba 1000 ch$ (1,6€/p) ya que también, está subvencionada por el estado.
        

El mini puerto contaba con una rampa y escasamente cuatro casas. Ah, y otra cosa… un lugar perfecto para acampar si lo que uno quiere es despertarse al día siguiente en medio de la naturaleza.
La zona de acampada elegida fue una tranquila zona arbolada el costado del río de aguas claras. Panxa intentó pescar con su rudimentario equipo (hilo de pescar + anzuelo) pero el hacerlo utilizando el pan como carnaza no consiguió engañar a los peces. Comentando este sistema con otros pescadores experimentados, nos explicaron que la mejor carnaza era una especie de señuelo en forma de cuchara. Una persona lo descubrió por casualidad al caerle una al agua y observar que  los destellos de luz atraían a los salmones. 



No sabemos si se quedaron asombrados o apenados por nuestro esfuerzo sin fruto pero el primer pez que sacaron, que medía 20 cm y según ellos era pequeño, nos lo regalaron. Era una trucha arcoíris que se transformó, junto al arroz que nos preparó Rosita, en una cena muy rica. Hacía mucho tiempo no comíamos pescado (sin contar el atún y las sardinas en lata) y gracias a estos amables pescadores, ¡volvimos a vigilar cada bocado apartando las numerosas espinas!



Cruzamos al día siguiente el lago a las 13:00h, la idea era hacerlo a las 9:00h pero nos quedamos dormidos. A continuación seguimos hasta Llanada Grande en una camioneta de unos señores que iban a trabajar al campo. Allí compramos en el único negocio—tienda de comestibles— unas cuantas provisiones y seguimos hacia “el pueblo” Primer Corral. El camino de tierra nos indicaba que por allí circulaban vehículos y después de preguntar en los carabineros e intentar hacer dedo, agarramos la única micro. Las indicaciones que recibimos siguieron siendo confusas y todas diferentes. Aun así seguimos adelante, cada vez estábamos más cerca.
En la micro había tres personas y el conductor. Unos nos decían que lo mejor era bajar antes de llegar al pueblo en el cruce “los puentes” y caminar por un sendero unos 45 min hasta un punto donde encontraríamos un bote y negociando con un señor, por 20.000CH$ (25€) nos acercaría hasta Segundo Corral. Eso sí, como era temporada baja no nos aseguraban que estuviera el señor del bote. Otra opción era hacer noche en un mini cañón a las afueras de Primer Corral y al día siguiente caminar unas 2 h por otro sendero hasta llegar a un punto en que un bote, subvencionado por el estado, nos cruzaría gratis hasta el otro lado del lago inferior. 

Allí debríamos realizar los trámites de pasaporte en el control fronterizo de los carabineros Chile y continuar por un sendero hasta El Bolsón, Argentina. Decidimos la segunda opción y la suerte o el querer ahorrar nos regaló otra relajada tarde en un enclave solitario de aguas azules en un mini cañón. El problema fue que no encontramos ningún negocio abierto y tuvimos que tirar de las reservas. La carpa, los sándwich y la hoguera nos acompañaron cuando cayó la noche.

A la mañana siguiente empezó la aventura de verdad. Estábamos a unos escasos 30 km de “la civilización” y los víveres empezaban a escasear. Nos esperaba una jornada dura y la opción carretera de ripio —tierra— se convertía en un sendero solamente transitable a pie o a caballo. Caminar durante horas cargados con las mochilas es algo que al menos a mí (Emma), me pone los pelos de punta. Recorrimos por un sendero en medio de un bosque hasta llegar a un río. Allí cruzamos por un precario puente y conseguimos llegar después de atravesar una finca, al Segundo Corral. 

La aldea eran tres casas de madera repartidas en una gran extensión y un camping, esperábamos encontrar algún sitio dónde comprar comida pero el cansancio y las ganas de llegar “al otro lado” nos privaron de ver el negocio.
Finalmente llegamos a un punto donde el lago Inferior se hacía presente e imaginamos que era el punto correcto para cruzar. La cabaña tenía un pequeño muelle artesanal donde había dos lanchas y un cartel con la siguiente inscripción: “Armada de Chile”. Justo debajo otro texto con las siguientes indicaciones: horario de atención lunes, miércoles y viernes. ¡Hoy es martes! La casa estaba cerrada y después de golpear diferentes veces y dar voces, dedujimos que no había nadie. 


Esperamos pacientemente en el muelle a que llegara alguien por tierra o agua, teníamos claro que tarde o temprano, alguien llegaría porque había ropa tendida y aún estaba mojada. Comimos los últimos sándwich y como seguía sin venir nadie nos agarró un ataque de sueño. Hasta pudimos hacer una siesta. Cuando nos despertamos empezamos a sospechar que algo no iba bien, eran las 16:00h de la tarde, llevábamos más de cinco horas allí y seguía sin haber novedades de ningún tipo. El problema principal era que nos quedaban dos manzanas, un paquete de galletas y tres sorbos de agua.
Pasaban las 17:00h de la tarde cuando decidimos ir a “investigar”, en caso que no encontrásemos a nadie, pasaríamos la noche en el porche de la casa. Las alegres gallinas que campaban libremente por allí empezaban a presentarse como apetecibles platos de comida. En ese momento y, en parte gracias a una anciana que vivía por allí, cambió el curso de nuestro día. Nos habíamos adentrado de nuevo en el bosque y cuando le explicamos a la Sra. nuestro problema, agudizó el oído y dijo que regresáramos corriendo al muelle pues estaba arrancando la lancha que nos cruzaría al otro lado. Nuevamente al ser temporada baja, sólo había una lancha a primera hora de la mañana (8:00h) y otra a la tarde (18:00h). 

·        
   Subimos con unos niños que regresaban de la escuela y como si fuera un autobús de línea los pequeños iban bajando en puntos estratégicos del lago para regresar a sus casas. Preguntamos al conductor de la lancha por el control fronterizo y si sabía dónde podíamos comprar agua, nos contestó que en el puesto de carabineros no encontraríamos nada. Por el contrario nos dijo que él nos podía dar agua y vender un poco de pan. Era ya demasiado tarde para hacer los trámites en la frontera y Xaver, un alemán jubilado, nos ofreció pasar la noche en su rancho. 


 
 El dolor de cabeza no disminuyó hasta el tercer vaso de agua y la tripa no dejó de gritar hasta que llegó ese plato de huevos fritos, pan recién amasado y tomates. Ellos son una pareja de 60 años que llegó a esas tierra 20 años atrás y con sus propias manos y mucho esfuerzo crearon un hogar donde sólo había bosque. Decidieron empezar de cero y ser auto sostenibles. Cortaron algunos árboles y con la madera construyeron una casa preciosa de dos pisos donde viven. La electricidad y el agua caliente les llega de una turbina que instalaron en un arroyo cercano. 


 Nosotros estábamos asombrados pero eso sólo era el inicio, comen unas verdu
ras y legumbres “de verdad” —mama mía que sabor—de su huerta, recogen las frutas (manzanas, peras, limones, melocotones, ciruelas, etc) directamente de los árboles frutales que años atrás plantaron. En cuanto a la carne, tienen siempre que necesitan gallinas felices, vacas, cerdos y caballos. El pan, igual que casi todos los alimentos que comen  es casero y otros como la sal, el azúcar o el aceite, al que la gran mayoría somos casi adictos, ellos directamente lo han eliminado de su dieta. Xaver y Luitgard no solo nos ayudaron cuando estábamos en una situación complicada, sino que nos abrieron las puertas a su pequeño gran mundo. Compartir con ellos dos días nos ofreció la posibilidad de comprobar que uno puede elegir cómo quiere vivir fuera del sistema. Sin depender de nadie, tienen todo lo que necesitan. Lección de vida que nos llevamos y otra experiencia en la mochila.
   Al día siguiente fuimos por un pequeño sendero en medio del bosque hasta el control fronterizo de los Carabineros de Chile para sellar nuestra salida del país. 


    
   Este control se encuentra en medio de la nada, rodeado de montañas sin acceso por carreteras, la única manera de llegar es caminando. Una vez hicimos el trámite bajamos al pequeño muelle y Fernando nos cruzó con su lancha en una travesía por el lago Inferior hasta llegar al Lago Puelo. 


  Allí pudimos sellar la entrada a Argentina en la una aduana en forma de camión y un bus urbano nos llevó al Bolsón en unos 30 minutos. Fueron 5 días de ruta en una frontera poco conocida pero muy recomendable.







1 comentario: